Cantar con el ombligo
Se armó una linda discusión, muy sincera y bastante respetuosa de parte de todos los disertantes, a raíz de lo que yo escribí acerca de un concierto que presencié el sábado pasado. Y la conclusión de dicha discusión parece ser que a todos nos gusta mucho cantar en coros, pero casi nadie siente predilección por ir a escuchar conciertos corales. Están los que dicen que los demás coros son aburridos, los que dicen que prefieren ir a ver un recital de rock o una película de adultos (vaya uno a saber a qué clase de películas se referían), alguno habrá que alega falta de tiempo, etc. etc.
La cuestión es que los conciertos corales siguen padeciendo de anemia espectadora.
No sé, creo que no soy quién para ponerme a pontificar o aconsejar a la gente sobre lo que debe hacer. Pero aún así quisiera explayarme acerca de las vivencias que he tenido en el año y medio de vida de "Coro Lario", y por qué no, algunas otras extraídas de mis casi 15 años de coreuta. De coreuta orgulloso, agrego.
Cuando asumí la tarea de hacer una página de internet dedicada a la música coral argentina, me dije a mí mismo que no podía hacerlo sin un mínimo conocimiento del tema. De la misma manera que cuando decidí ingresar en un coro, lo hice a sabiendas de que era una tarea que debía ser encarada con algo de responsabilidad (asistir a los ensayos, llegar en horario, estudiar las obras, etc.). Y si bien en ninguno de los dos casos puedo considerarme un modelo a seguir, al menos puedo afirmar que en mi conciencia queda la certeza de haber hecho todo el esfuerzo posible.
Retrocediendo un poco en el tiempo, me acuerdo de hace unos pocos años atrás, cuando para mí asistir a un encuentro coral (obviamente, siempre iba como participante activo del encuentro) era casi una tortura. Me duele confesarlo, pero mi sensación mientras escuchaba a los demás coros siempre era la de "mi coro es mejor". Y siempre tenía a mano alguna justificación técnica (valedera o no) para sustentar ese pensamiento. Que el otro coro desafinaba, que no interpretaba bien el género, que el director era demasiado ampuloso, que no tenían matices, cualquier excusa era válida con tal de convencerme a mí mismo de que formaba parte de un coro sin igual en el universo. Y en parte, tenía razón, pero no de la manera que pensaba entonces.
Un día, nació "Coro Lario". Y me pasó lo que suele pasarles a los padres primerizos: unas cuantas de mis neuronas comenzaron a trabajar de manera diferente a lo que estaba acostumbrado.
Como dije antes, necesitaba saber algo del tema antes de andar hablando sin ton ni son. Y como no estaba muy convencido de meterme a cursar una carrera de musicólogo, opté por un atajo: tenía que salir a escuchar coros. Hasta ese momento había participado en unos cuatro o cinco coros y algún que otro grupo vocal, pero huelga decir que esta experiencia era más que insuficiente. Así que me subí al tenoriomóvil y allá fui.
Y empezaron a pasar cosas.
La más notoria fue, por ejemplo, asistir a dos conciertos el mismo día, ambas de coros extranjeros. Una de ellas, muy publicitada, se realizó a sala llena; la otra, sin tanta difusión, contó con un público de no más de 30 personas. Y ese contraste me llenó de angustia. Me acordé en cierta manera de Zitarrosa cuando cantaba ese triunfo que decía "navegar tantos mares, venirse al cuete". Me imaginé a mí mismo como coreuta, luego de hacer una ponchada de kilómetros, subir al escenario con todo ese cansancio a cuestas, y llevarme como recuerdo un concierto con una concurrencia tan flaca, y casi me pongo a llorar de la tristeza que me produjo.
Y otro proceso, tal vez igualmente llamativo pero mucho más gradual, fue el darme cuenta que de a poco iba perdiendo ese sentimiento miserable de andar comparando a los demás coros con el mío. Mucho debe haber influído el hecho de que una buena parte de esas comparaciones habrían sido ampliamente desfavorables para con el coro que integraba, pero la cuestión es que cada vez me sentía (o mejor dicho, me siento) más propenso a disfrutar del coro que estaba escuchando, en lugar de buscarle los defectos para sentirme superior (?).
Al mismo tiempo, iba incorporando conocimientos que tarde o temprano podré aplicar a lo que yo mismo hago en los coros que integro. Por traer a colación un ejemplo que se nombró en la discusión que dio origen a este post, escuché infinidad de versiones de "Se equivocó la paloma", y les aseguro que alguna de ellas ha logrado emocionarme. De lo cual puedo extraer en conclusión que no puedo valorar una obra hasta que no la haya escuchado bien interpretada; si me hubiera quedado con la impresión que me causó el primer coro al que escuché cantarla (en realidad, yo mismo cantaba en ese coro), tal vez hoy la detestaría, pero no me quedó más remedio que rendirme a sus pies cuando la escuché en versión del Estudio Coral de Buenos Aires. Y ante ese hecho artístico, mueren las palabras.
¿A qué apunto con semejante derroche dialéctico?
Confieso que no lo sé a ciencia cierta, pero sí sé que, gracias a "Coro Lario", hoy en día creo que valoro mucho más lo que hacen los demás coros. Más allá de que alguno sea blanco de mis sarcasmos, descubro que voy dejando de cantar, como decía en el título del post, con el ombligo. Y de a poco voy descubriendo que mi coro es único, como decía antes, pero los otros son tan únicos como el mío.
Y les aseguro que vale la pena comprobarlo, che.
Qué se yo, con probar no se pierde nada, ¿no?
Vayan y después me cuentan,
Johann
La cuestión es que los conciertos corales siguen padeciendo de anemia espectadora.
No sé, creo que no soy quién para ponerme a pontificar o aconsejar a la gente sobre lo que debe hacer. Pero aún así quisiera explayarme acerca de las vivencias que he tenido en el año y medio de vida de "Coro Lario", y por qué no, algunas otras extraídas de mis casi 15 años de coreuta. De coreuta orgulloso, agrego.
Cuando asumí la tarea de hacer una página de internet dedicada a la música coral argentina, me dije a mí mismo que no podía hacerlo sin un mínimo conocimiento del tema. De la misma manera que cuando decidí ingresar en un coro, lo hice a sabiendas de que era una tarea que debía ser encarada con algo de responsabilidad (asistir a los ensayos, llegar en horario, estudiar las obras, etc.). Y si bien en ninguno de los dos casos puedo considerarme un modelo a seguir, al menos puedo afirmar que en mi conciencia queda la certeza de haber hecho todo el esfuerzo posible.
Retrocediendo un poco en el tiempo, me acuerdo de hace unos pocos años atrás, cuando para mí asistir a un encuentro coral (obviamente, siempre iba como participante activo del encuentro) era casi una tortura. Me duele confesarlo, pero mi sensación mientras escuchaba a los demás coros siempre era la de "mi coro es mejor". Y siempre tenía a mano alguna justificación técnica (valedera o no) para sustentar ese pensamiento. Que el otro coro desafinaba, que no interpretaba bien el género, que el director era demasiado ampuloso, que no tenían matices, cualquier excusa era válida con tal de convencerme a mí mismo de que formaba parte de un coro sin igual en el universo. Y en parte, tenía razón, pero no de la manera que pensaba entonces.
Un día, nació "Coro Lario". Y me pasó lo que suele pasarles a los padres primerizos: unas cuantas de mis neuronas comenzaron a trabajar de manera diferente a lo que estaba acostumbrado.
Como dije antes, necesitaba saber algo del tema antes de andar hablando sin ton ni son. Y como no estaba muy convencido de meterme a cursar una carrera de musicólogo, opté por un atajo: tenía que salir a escuchar coros. Hasta ese momento había participado en unos cuatro o cinco coros y algún que otro grupo vocal, pero huelga decir que esta experiencia era más que insuficiente. Así que me subí al tenoriomóvil y allá fui.
Y empezaron a pasar cosas.
La más notoria fue, por ejemplo, asistir a dos conciertos el mismo día, ambas de coros extranjeros. Una de ellas, muy publicitada, se realizó a sala llena; la otra, sin tanta difusión, contó con un público de no más de 30 personas. Y ese contraste me llenó de angustia. Me acordé en cierta manera de Zitarrosa cuando cantaba ese triunfo que decía "navegar tantos mares, venirse al cuete". Me imaginé a mí mismo como coreuta, luego de hacer una ponchada de kilómetros, subir al escenario con todo ese cansancio a cuestas, y llevarme como recuerdo un concierto con una concurrencia tan flaca, y casi me pongo a llorar de la tristeza que me produjo.
Y otro proceso, tal vez igualmente llamativo pero mucho más gradual, fue el darme cuenta que de a poco iba perdiendo ese sentimiento miserable de andar comparando a los demás coros con el mío. Mucho debe haber influído el hecho de que una buena parte de esas comparaciones habrían sido ampliamente desfavorables para con el coro que integraba, pero la cuestión es que cada vez me sentía (o mejor dicho, me siento) más propenso a disfrutar del coro que estaba escuchando, en lugar de buscarle los defectos para sentirme superior (?).
Al mismo tiempo, iba incorporando conocimientos que tarde o temprano podré aplicar a lo que yo mismo hago en los coros que integro. Por traer a colación un ejemplo que se nombró en la discusión que dio origen a este post, escuché infinidad de versiones de "Se equivocó la paloma", y les aseguro que alguna de ellas ha logrado emocionarme. De lo cual puedo extraer en conclusión que no puedo valorar una obra hasta que no la haya escuchado bien interpretada; si me hubiera quedado con la impresión que me causó el primer coro al que escuché cantarla (en realidad, yo mismo cantaba en ese coro), tal vez hoy la detestaría, pero no me quedó más remedio que rendirme a sus pies cuando la escuché en versión del Estudio Coral de Buenos Aires. Y ante ese hecho artístico, mueren las palabras.
¿A qué apunto con semejante derroche dialéctico?
Confieso que no lo sé a ciencia cierta, pero sí sé que, gracias a "Coro Lario", hoy en día creo que valoro mucho más lo que hacen los demás coros. Más allá de que alguno sea blanco de mis sarcasmos, descubro que voy dejando de cantar, como decía en el título del post, con el ombligo. Y de a poco voy descubriendo que mi coro es único, como decía antes, pero los otros son tan únicos como el mío.
Y les aseguro que vale la pena comprobarlo, che.
Qué se yo, con probar no se pierde nada, ¿no?
Vayan y después me cuentan,
Johann
3 Comentarios:
Me encantó el post, Johann. Será cuestión de dejar los prejuicios y salir al sol. Mi tema es el de quemarse con leche, de acostarse con chicos y todos esos refranes.
Rita decía por ahí que cómo podíamos aburrirnos si no vamos. Es al revés, como me aburrí mucho ya no voy. Pero habrá que volver a confiar y, tal vez, elegir mejor.
Besos a todos.
P/D: deséenme merde, mañana me pruebo en un coro.
Gracias, muchas gracias. Con respecto a eso de quemarse con leche, te aseguro que, luego de ir a ver un par de conciertos, uno va aprendiendo a distinguir la paja del trigo; subsecuentemente, uno tal vez vaya a ver algún concierto de un coro "masomenos", pero seguramente ya va a estar prevenido y se evitará varios chascos.
Además, hay una leve paradoja: si uno está en un coro porque le gusta la música coral, entonces la lógica indicaría que debería gustarle ir a ver conciertos. O a la inversa, si uno no va a ver coros porque se aburre, la consecuencia es que no debería estar cantando en uno.
Claro, hay muchos factores afectivos en el medio, pero en ese caso, replanteémonos si estamos en un coro por el coro en sí o por la actividad social que trae aparejada. Lo cual en sí no está mal, pero siempre es bueno saber a qué apunta uno.
Besos,
Johann
No, no, no se me confunda, nada de actividad social, lo que me gusta a mí es cantar, y ahí si, cantar acompañada y armar esas maravillosas armonías, y lograr esos matices y poder interpretar y ponerse de acuerdo en armar una obra, estar todos juntos con un mismo objetivo que es dar a luz una obra.
Después, obviamente, tomar mate es esencial y probar las distintas tortas, y planear algún viajecito para mostrar lo que uno hace y compartirlo con otros coros.
Bueno, no sé si alguien lo entiende. Yo trataré de ver otros coros. Sólo espero que los otros coros traten de que los espectadores no se aburran. Y de mi parte trato de dar lo mejor para lograrlo.
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